Los pinos asilvestrados amenazan a especies nativas como la araucaria y favorecen la propagación de incendios forestales, entre otros problemas. El apoyo social es clave para su control, pero la poca alfabetización ambiental obstaculiza los esfuerzos de conservación.
La invasión de árboles exóticos, es decir, el descontrolado avance de especies arbóreas introducidas por el humano y asilvestradas en áreas naturales, ha crecido a nivel global, amenazando no solo a la biodiversidad local, sino también el bienestar humano. Sudamérica no es la excepción: los pinos han adquirido un especial protagonismo en esta parte del planeta, incluyendo a la zona centro y sur de Chile. Aunque numerosos estudios abordan las consecuencias ecológicas – e incluso económicas – de este problema, poco se ha investigado sobre un aspecto determinante para su control, como es el rol de la sociedad.
Por este motivo, científicos del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB), Universidad de Concepción y del Laboratorio de Invasiones Biológicas (LIB) analizaron la percepción de los turistas sobre el impacto de los pinos invasores en los bosques de araucaria de la Reserva Nacional Malalcahuello (Región de la Araucanía). El estudio, publicado en la prestigiosa revista Journal of Environmental Management, reveló la preferencia de los visitantes por los valores estéticos e intereses recreativos, y un menor nivel de conciencia ambiental.
“Lo más relevante es que las personas que visitan un área natural no necesariamente van a disfrutar de la naturaleza. Muchos están desinformados de los problemas y amenazas a la biodiversidad. Lo bueno es que, con más educación ambiental, pueden cambiar su percepción del problema y se muestran abiertos a contribuir a su solución”, indica Aníbal Pauchard, investigador del IEB y director del Laboratorio de Invasiones Biológicas de la Facultad de Ciencias Forestales de la Universidad de Concepción.
La Reserva Malalcahuello es el hogar de numerosas especies de flora y fauna, entre los cuales se encuentran las araucarias (Araucaria araucana, en peligro de extinción), coigües, robles, pumas, zorros y carpinteros. La belleza de sus parajes atrae a turistas de todo Chile, así como también del extranjero, quienes acuden a realizar actividades como el esquí, excursionismo, ascensiones al volcán y avistamiento de aves.
Valentina Bravo – Vargas, investigadora del IEB y autora principal del estudio, puntualiza que este “abarca una pequeña muestra de la población, pero evidencia que en Chile la educación ambiental es muy básica, por lo que existe una mala compresión de las problemáticas y conceptos. En las redes sociales y en los medios de comunicación hablan sobre problemas ambientales diariamente, y es esa la información que las personas absorben. Sin embargo, la mayoría no indaga por su cuenta, y forman opiniones solo en base a lo que escuchan.”
Los investigadores encuestaron a 138 personas en invierno de 2015 y a la misma cantidad en verano de 2016. De ellos, la mayoría eran chilenos, representando el 90% y 80% en la temporada invernal y estival, respectivamente. Cuando se enfrentaron a seis imágenes de araucarias y pinos, con y sin nieve, los encuestados prefirieron los paisajes sin los árboles exóticos en ambos escenarios.
Asimismo, una manera simple de medir el apoyo público para el control de especies invasoras es el enfoque de disposición a pagar (DAP). Cuando fueron consultados al respecto, el 46,5% de los visitantes manifestó su voluntad de pagar por el control de los pinos en la reserva. No obstante, el número aumentó al 79% luego de que los encuestadores dieran una breve explicación sobre los efectos que tienen estos árboles invasores en las araucarias.
“Suele pasar que las personas responden lo que creen que el encuestador quiere oír, pero al momento de preguntar sobre una donación o aporte económico, cambian su opinión ya que la pregunta ha dejado de ser un supuesto y se involucra con su economía. Por muy mínimo que sea el valor monetario, es suficiente para demostrar el compromiso de querer ayudar y sentir que han dado de su esfuerzo para solucionar el problema”, explica la joven científica que se graduó de Ingeniería en Conservación de Recursos Naturales con esta investigación.
Los participantes que se negaron a contribuir económicamente, incluso después de la explicación sobre el efecto de los pinos, adujeron razones éticas, estéticas (como “son elementos naturales y bellos”) y pragmáticas (“no es mi problema”).
En cuanto a la motivación para visitar Malalcahuello en invierno, el 45% de los encuestados apuntó a las actividades deportivas, tales como el esquí o snowboard, seguido por pasar el tiempo con la familia, mientras que en verano la principal razón era la relajación, el paseo familiar y los deportes como senderismo y excursionismo (trekking). Curiosamente, “aprender sobre la naturaleza” se escogió muy poco en ambas temporadas.
La investigadora añade que “en muchos casos la gente estaba al tanto del daño que causan los pinos, pero aun así no eran capaces de diferenciarlos de las araucarias a simple vista, lo que refleja la falta de educación ambiental. Esto dificulta las posibles medidas de control, ya que las personas se oponen a la tala de árboles o ‘destrucción del ecosistema’, principalmente, debido a que no distinguen a las especies autóctonas de las introducidas y no se informan sobre lo que sucede dentro de la reserva.”
Amigos del fuego
En la década de 1970, el Estado estableció plantaciones experimentales de cuatro especies de pinos en Malalcahuello: Pinus contorta, P. sylvestris, P. ponderosa y Pseudotsuga menziesii. No obstante, dado que nunca fueron cosechados para su comercio, los cultivos fueron abandonados. Actualmente, el árbol más invasivo en esta área protegida es el Pinus contorta, oriundo de América del Norte.
Los principales afectados por su propagación han sido los bosques de araucarias y notofagáceas, aunque también se ha reportado su expansión a vegetación alpina y suelo volcánico. Esto se debe a que los pinos se reproducen – con facilidad – más allá del sitio donde fueron plantados, compiten con los árboles nativos por recursos como el agua y la luz, y desplazan a otros tipos de plantas propias de estos bosques, evitando su desarrollo y afectando también a los animales que dependen de su existencia.
Por otro lado, las zonas ocupadas por pinos acumulan altas cargas de combustible, lo que ha aumentado el riesgo de incendios forestales. Pauchard detalla que “al crecer van aumentando la biomasa, es decir, la cantidad de ramas, hojas y madera en el bosque. Además, tienen resinas muy inflamables. Esto genera una ‘receta para el desastre’, porque este combustible se seca y puede quemarse con la sequía en el verano, causando la destrucción de las araucarias que están en la zona. El pino está naturalmente adaptado al fuego, por lo que después del incendio se va a regenerar mucho más rápido que la araucaria.”
Otra perspectiva de interés es la relevancia cultural de la araucaria para Chile y Argentina, en especial para las comunidades indígenas pehuenches (Pehuen = araucaria; che = personas), las cuales se abastecen, por ejemplo, del piñón, la semilla de este árbol que posee un alto valor culinario, nutritivo e identitario. Por ello esta especie carismática ha sido declarada Monumento Natural y es reconocida como patrimonio de todos los chilenos.
En definitiva, esta invasión biológica representa un riesgo para la flora y fauna del bosque nativo, los servicios ecosistémicos como la producción de agua, y el turismo que se desarrolla en la reserva debido al importante valor natural, histórico y escénico de su paisaje.
Los especialistas reiteran la necesidad de implementar programas de educación ambiental que, en vez de centrarse únicamente en la pugna “nativos versus invasores”, aumenten la conciencia sobre la biodiversidad y los peligros que enfrenta, la herencia cultural y los servicios ecosistémicos.
Bravo-Vargas recalca que “los visitantes pueden tomar un rol activo en el control de especies, ayudando como voluntarios en actividades de control y difusión, o investigando en mayor profundidad para, posteriormente, tomar decisiones con conocimiento. De todas maneras, debiesen tomar importancia en su rol de personas que disfrutan de los servicios ecosistémicos de las áreas protegidas, y ayudar a resguardarlas, tratando de no empeorar situaciones solo por desconocimiento.”
“Cualquier intervención para controlar las especies invasoras, ya sean plantas o animales, requiere el apoyo de la sociedad, a nivel local o nacional. Si las personas no perciben a las especies invasoras como un problema, va a ser difícil ser eficiente en el manejo, incluso puede llevar a conflictos”, advierte Pauchard.